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Compañeros de viaje dignos de confianza

julio 2024

Nuestra experiencia cotidiana nunca está exenta de problemas y desafíos: de salud, familiares, laborales, dificultades inesperadas, etc. sin olvidar el inmenso sufrimiento que viven hoy tantos hermanos nuestros a causa de la guerra, las consecuencias del cambio climático, las migraciones, la violencia… Son situaciones que a menudo nos superan.

Ante ellas es normal preocuparse y sentir la necesidad de sentirse seguro. El problema no siempre se resuelve, pero la cercanía de los verdaderos amigos nos reconforta y nos da fuerzas. Las dificultades vividas y afrontadas juntos nos recuerdan a diario que podemos seguir creyendo en esos valores de fraternidad, reciprocidad y solidaridad que hacen posible el camino. En esta relación fraterna podemos sentir la misma seguridad que sienten los niños al confiarse a unos padres que los quieren y, así, vivir la propia existencia de un modo distinto y con más empuje.

Para Chiara Lubich y para muchos que han seguido y siguen sus intuiciones, esta seguridad nace de la fe de tener un Padre que nos ama y al que abandonarse confiadamente. Chiara decía: «…la persona se sabe amada y cree con todo su ser en este amor. A él se abandona confiadamente y quiere seguirlo. Las circunstancias de la vida, tristes o alegres, están iluminadas por un por qué de amor que las ha querido o permitido todas». Estas palabras, pueden también aplicarse a todos aquellos que han experimentado el verdadero amor al menos una vez en su vida.

La característica de un buen compañero de viaje consiste en estar al servicio, en una dimensión personal construida a partir del conocimiento e intercambio recíproco hecho con respeto. Se trata de vivir con transparencia, con coherencia, sin segundas intenciones, con un amor puro e incondicional que trae la paz, la justicia y la fraternidad.

De este modo, puede surgir un nuevo liderazgo tan necesario en nuestro tiempo. Un liderazgo que fomente también una dinámica comunitaria de reciprocidad en la que nos reconozcamos sin perder nuestra identidad. Por el contrario, lo sabemos, en la soledad experimentamos desorientación y pérdida de horizontes.

Sólo podremos ser «guías» para quienes experimentan momentos de dificultad si nosotros, a su vez, hemos experimentado esta confianza en los demás. Como dice el pedagogo y filósofo brasileño Paulo Freire, «Nadie educa a nadie; nadie se educa a sí mismo; los hombres se educan entre sí con la mediación del mundo»[1]. En otras palabras: en la comunidad educativa nadie enseña nada a nadie, sino que todos aprenden de todos en un contexto de diálogo y reflexión crítica sobre la realidad.

[1] Freire, Paulo (2012)»Pedagogía del oprimido» Ed. Siglo XXI

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