“He aquí lo más fascinante de nuestro tiempo: penetrar en la más alta contemplación y permanecer mezclado con todos, hombre entre los hombres” (Chiara Lubich).
La chispa inspiradora: construir relaciones
Nos comprometemos a construir relaciones fraternas entre personas, pueblos, religiones y culturas, a través del diálogo, sumándonos a muchos otros que comparten este camino.
Inspirados por la oración de Jesús: “Que todos sean uno” (Jn 17, 21), proponemos una espiritualidad de la unidad que se basa en el amor recíproco, el respeto por cada persona y la valoración de las diferencias como una fuente de riqueza. Esta espiritualidad se ha convertido en un estilo de vida para personas de todas las edades y orígenes, transformando no solo nuestras vidas y relaciones, sino también los entornos sociales, familiares y eclesiales donde vivimos y trabajamos.

Orígenes y vocación universal
El Movimiento de los Focolares nació en el seno de la Iglesia Católica, fundado por Chiara Lubich en Trento, Italia, en 1943.
Hoy está presente en 182 países y cuenta con miembros y colaboradores de todas las confesiones cristianas, así como de otras religiones e incluso personas sin afiliación religiosa. Todos, manteniendo sus convicciones y fidelidad a su conciencia, comparten el objetivo y el espíritu de los Focolares: construir un mundo más unido.
Una espiritualidad comunitaria
Somos parte de una gran familia, global y variada, unida por un mismo ideal. Chiara Lubich describió esta comunidad como un “pueblo nuevo nacido del Evangelio”. Su verdadera esencia no se puede comprender solo con palabras, porque se vive, se experimenta al compartirla con quienes la encarnan día a día. Es una espiritualidad que transforma, que nos invita a vivir en comunión.

En el corazón del Movimiento están las pequeñas comunidades conocidas como “focolares”. Estas están formadas por hombres y mujeres que, inmersos en la realidad cotidiana, eligen dar un paso determinante: dejar atrás su familia, su hogar y su tierra natal para abrazar un ideal. Su vida se convierte en una respuesta concreta a la oración de Jesús: “Que todos sean uno”.
Vivir el amor en cada instante
En nuestras relaciones cotidianas, reconocemos el valor único de cada ser humano y tratamos de acoger y acompañar a cada persona según sus necesidades. Amando de manera concreta a quienes están cerca, buscamos irradiar ese amor a toda la humanidad.

El mandamiento de Jesús —“Como yo os he amado, amaos también unos a otros” (Jn 13, 34)— nos anima a crear vínculos auténticos en nuestras comunidades y a crecer juntos, superando intereses personales.
La espiritualidad de la unidad nos llama a vivir en el amor recíproco, renovándolo constantemente. Queremos que cada acción sea fecunda, contribuyendo a un camino de perfección espiritual accesible para todos, en cualquier circunstancia y según las convicciones personales de cada uno, sean religiosas o no.